LA ASTUTA Y EL JUEZ

 Aviso para enterados/as:
Lo que diga el señor juez va  a misa. 
Porque un juez no se equivoca. Solo mete la pata. Solo matiza. Solo engaña. Solo hace tragar sapos,  más que nada  a las mujeres. Listas todas. Porque un señor juez sabe de semántica una barbaridad.
Solo la polisemia y la riqueza de nuestro  riquísimo idioma  me advertirán  y sacarán de la duda. Y aclararán   lo sencillo que resulta discernir entre zorra y astuta. Y el señor juez aquel cuyo discurso va a misa, no tendrá empacho alguno en casi reirle la gracia al marido maltratador so pretexto de las veleidades de la Lengua Cervantina.
Quien tenga noticia de un bravo mandarín, gallardo y aguerrido, que se las sabe todas en lances de dineros y de faldas, no dudará en ponderarlo como un zorro auténtico. Listo, trabajador al que nada y nadie amilana. Valiente y  locuaz: Todo un modelo de perfección. Todo un prototipo de lo hispano, dijérase.
Al juez (Aquel cuyos dictámenes dan como poco náusea y arcadas) no  le incumben más asuntos que las ambigüedades del léxico, a lo que se ve.
Y ahí arriba glorioso el señor del Olmo,  juez de las alturas, poniendo los puntos, los suyos, sobre las íes,  igualmente suyas. Y reclamando una simbólica sentencia absolutoria para el defendido: No sabemos ni nos importa un higo lo zorro o astuto que sea este caballero  maltratador defendido.
Sí nos consta, para mayor avergonzamiento de la sociedad, que la desafortunada mujer erró  quedándose en simple zorra y apaleada.  Como tal, jamás aspirará al elenco de personas fantásticas. Cosas del idioma.
Con jueces de este percal, no es improbable que las pobres zorras sean muertas anunciadas. Sus  zorros las mataron.
Y es lo que en esta semana  ha causado algo más que escalofríos. Algo más.
De 'El juez cuyo argumento se lo tragaba  una misa entera'.