Andamos todos en el pleno trajín de las acampadas desde los albores del 15 M.
No he sentido la tentación de adherirme a ninguna de ellas, ni las lejanas ni las de aquí de la redolada a mi vera.
O sea que mi trajín no es otro que hacer un seguimiento más que cómodo, apostada en las redes enredadoras de la prensa y el ciberespacio.
Ayer se deslizaba que la cosa empieza a desinflarse, antes de que otras fuerzas imprevistas la contaminen y lo que nació con el ímpetu de un ciclón reivindicativo corre el riesgo de convertirse sin más en otro gigantesco ENTERO, descartado fuera partido. Y en tal caso, no se precisaba alforjas para ese viaje.
Estando en éstas, el cielo raso de la información también trae la novedad de la semana. A partir de ahora , irrumpe en escena el nuevo figurante político a través del cual unos se servirán como de algo nuevo, muy nuevo, mientras la otra banda preferirá utilizar el recurso archisabido de que vale más malo conocido que bueno por conocer...
Carme, no. Rubalcaba, sí.
Zetapé, no. Zetapé tampoco.
Las acampadas, a lo suyo, aplicadas en su dialéctica mensurable de cómo apañaremos la democracia que nos tocó lidiar. ¿Y en qué ha quedado los cientocincuentaycinco euros que, quien los tuviera, debía retirarlos del banco?
Desde las carpas de Sol solo bulle silencio poco clarificador.
Así cualquiera se reinventa una dry pret à porter.
Son nuevos, como muy nuevos
También es pena que la muchachada 'dry' ni se inmute ni mueva un músculo ante el chaparrón del candidato-tsunami-viejo pero nuevo, como nuevo
¿No quedamos hace unas horas que ellos tienen la última palabra?
Por poco lo dejan. Que vienen a toda prisa otros temblores de elecciones generales, y el que menos se piensen será el que hablará para que los demás callemos, por cuatro años o para siempre.